A principios del siglo XVII, aunque casi no se notaba, ya las cosas comenzaban a no marchar tan bien en el Imperio.
Liderado aún por una casa de Habsburgo, cuyos últimos reyes caducos, cobardes, cornudos, y siempre faltos de carácter, competían en corrupción y amoralidad con una corte y un Consejo del Reino decadentes y miopes, y con unos validos todopoderosos pero rapaces que se apoyaban a su vez en una iglesia retrógrada y siniestra, sus confines y sus fronteras exteriores, al final,…